¿Leer el ‘Quijote’? Meditación Preliminar (artículo de José Sierra Pérez)
“El Monasterio de El Escorial se levanta sobre un collado. La ladera meridional de este collado desciende bajo la cobertura de un boscaje, que es a un tiempo robledo y fresneda. El sitio se llama “La Herrería”. La cárdena mole ejemplar del edificio modifica, según la estación, su carácter merced a este manto de espesura tendido a sus plantas, que es en invierno cobrizo, áureo en otoño y de un verde oscuro en estío. La primavera pasa por aquí rauda, instantánea y excesiva -como una imagen erótica por el alma acerada de un cenobiarca-. Los árboles se cubren rápidamente con frondas opulentas de un verde claro y nuevo; el suelo desaparece bajo una hierba de esmeralda que, a su vez, se viste un día con el amarillo de las margaritas, otro con el morado de los cantuesos. Hay lugares de excelente silencio -el cual no es nunca silencio absoluto. Cuando callan por completo las cosas en torno, el vacío de rumor que dejan exige ser ocupado por algo, y entonces oímos el martilleo de nuestro corazón, los latigazos de la sangre en nuestras sienes, el hervor del aire que invade nuestros pulmones y que luego huyen afanosos. Todo esto es inquietante, porque tiene una significación demasiado concreta. Cada latido de nuestro corazón parece que va a ser el último. El nuevo latido salvador que llega parece siempre una casualidad y no garantiza el subsecuente. Por esto es preferible un silencio donde suenen sones puramente decorativos, de referencias inconcretas. Así en este lugar. Hay aguas claras corrientes que van rumoreando a lo largo, y hay dentro de lo verde avecillas que cantan -verderones, jilgueros, oropéndolas y algún sublime ruiseñor.
Una de estas tardes de la fugaz primavera, salieron a mi encuentro en “La Herrería” estos pensamientos:
…
Tales fueron los pensamientos suscitados por una tarde de primavera en el boscaje que ciñe al Monasterio de El Escorial, nuestra gran piedra lírica. Ellos me llevaron a la resolución de escribir estos ensayos sobre el Quijote.
El azul crepuscular había inundado todo el paisaje. Las voces de los pájaros yacían dormidas en sus menudas gargantas. Al alejarme de las aguas que corrían, entré en una zona de absoluto silencio. Y mi corazón salió entonces del fondo de las cosas, como un actor se adelanta en el fondo de la escena para decir las últimas palabras dramáticas. Paf… paf… Comenzó el rítmico martilleo y por él se filtró en mi ánimo una emoción telúrica. En lo alto, un lucero latía al mismo compás, como si fuera un corazón sideral, hermano gemelo del mío, y como el mío, lleno de asombro y de ternura por lo maravilloso que es el mundo”.
Previamente a esta “Meditación preliminar” de sus Meditaciones del Quijote, 1914, Ortega y Gasset había escrito unas palabras al Lector:
“Mi salida natural hacia el universo se abre por los puertos del Guadarrama o el campo de Ontígola. Este sector de realidad circunstante forma la otra mitad de mi persona: solo al través de él puedo integrarme y ser plenamente yo mismo…
…Yo soy yo y mi circunstancia y si no la salvo a ella no me salvo yo. Benefac loco illi quo natus es”. [Haz bien al lugar en que has nacido]
El último párrafo, y más en concreto la última frase sobre el “yo y la circunstancia”, son mal entendidos, a pesar de que se citan permanentemente[1]. Se recogen aquí bajo tres tipos de letra diferentes para que el lector observe diferenciadamente también el triple mensaje. De estas cosas hablan las Meditaciones del Quijote de Ortega, con un enclave tan escurialense y tan universal. Quizá la belleza y profundidad de estas palabras sean un buen estímulo para leer el Quijote y trabajar por salvar el lugar desde donde nos abrimos al universo en este año de centenarios.
José Sierra Pérez
[1] Puede verse este párrafo completo en una placa colgada en una pared de Floridablanca, el lugar donde escribía Ortega.