Una mochila de agradecimiento y buenos recuerdos
Nadie dijo que las despedidas fueran fáciles, más aún cuando lo que queda es una enorme mochila de agradecimiento y buenos recuerdos, del primer al último día. Tres años en un colegio, el Padre Gerardo Gil -precisamente a sólo unos pasos de la cooperativa de casas para obreros que puso en marcha hace casi cien años en El Escorial el agustino que da nombre al centro-, que ha acabado siendo un auténtico espacio de felicidad para nuestro hijo y, por qué no decirlo, también para nosotros. Se irá a Primaria sabiendo leer y escribir; sabrá también que «shark» es tiburón en inglés o que «cloudy» significa que está nublado; habrá hecho sus primeros ejercicios de lógica, matemáticas para principiantes y experimentos; habrá visitado el Ayuntamiento, el Archivo, la Biblioteca o la Escuela de Música; habrá soltado un cernícalo con sus compañeros y habrá tenido momentos de risas, de llanto, de enfadarse y de volver a reír.
Muchas veces, y especialmente si pensamos en un tema como la educación, nos preguntamos si estaremos tomando la decisión adecuada, si lo mejor será esto, lo otro o lo de más allá, aunque al final las cosas acaban siendo más sencillas de lo que parecían ser. Nada como el patio del Gerardo Gil, con su «microclima» incorporado, para comprobarlo: ya puede haber canastas, toboganes o casitas de juego; lo que probablemente los niños recordarán para siempre es la arena. Arena en los zapatos, arena en los bolsillos, arena en la cabeza; arena para dar y regalar, pero sobre todo para divertirse y soñar con ser agentes forestales, granjeros, ninjas, médicos, mecánicos, profesores, escaladores o lo que haga falta; incluso para grabar un vídeo de despedida al ritmo de «Mamma mia», pensando ya en el verano y en el próximo destino, que para la mayoría será el colegio público Felipe II, donde retomar en unos meses el camino iniciado en este centro.
Un espacio sin fuegos de artificio ni una pompa innecesaria para niños de 3, 4 y 5 años, pero con todo lo que ellos podían necesitar, capaz de convertirse durante unas semanas (su hall, sus pasillos, sus clases) en un océano, un castillo medieval o el universo entero. También un lugar de encuentro, en donde conocer a familias con las que uno puede tener muchas cosas en común o casi ninguna, y de todas aprender algo. Desde el padre que puede llenar el Palacio de los Deportes con sus canciones a esa madre que estaba en paro y acaba de poner en marcha un negocio que seguro le va a ir bien. Y, por encima de todo -más allá de que se pueda mejorar tal o cual cuestión-, un colegio cercano, en el que participar es fácil si uno está dispuesto a hacerlo: conciertos, cuentacuentos, el festival de Navidad, los carnavales, la fiesta de fin de curso, los libros de ida y vuelta, el día de las aves, el cuidado del medio ambiente y un largo etcétera que se completa con las actividades que la Asociación de Madres y Padres de Alumnos (AMPA) se ha encargado de organizar: el mercadillo con motivo del Día del Libro, talleres, baile, música, yoga en familia, iniciativas solidarias, charlas sobre educación, el pintapatio (con juegos como la rayuela o un colorido salto de longitud) y mucho más.
Un espacio para recordar ahora que nos vamos, y con él a todos quienes han formado parte de estos tres años de crecimiento, desde las tutoras a cada uno de los profesores de las distintas especialidades, pasando por auxiliares, monitoras de comedor, conserje, personal de limpieza y, por supuesto, el equipo directivo. Es el momento de echar la lagrimita si nos ponemos sentimentales o simplemente de no decir adiós, sino hasta luego, como señalaba la directora en la graduación de la promoción 2014-2017, porque cada vez que pasemos por la puerta tendremos la certeza de que ésta fue la mejor elección posible.
Unos padres del colegio
El Escorial, junio de 2017