«Sierra de Guadarrama»: radiografía de un aislamiento

Los 15.000 villalbinos del área restringida se debaten entre la confusión, la indignación y el sentido de la responsabilidad, mientras el comercio y la hostelería hablan de pérdidas superiores al 50 por ciento de la facturación.

A las pocas horas de entrar en vigor las restricciones, una señora de avanzada edad trata de salir de la Zona Básica de Salud (ZBS) Sierra de Guadarrama. Se dispone a cruzar el límite establecido de la calle Real por el semáforo de la Plaza de la Estación, un recorrido que hace con mucho esfuerzo cada mañana para cumplir con su costumbre de escuchar la misa de primera hora, más en un día de precepto como es la Festividad del Pilar. Pero esta vez los agentes se lo impiden: le dicen que no puede continuar hasta la parroquia de la Santísima Trinidad, unos 50 metros al otro lado de la raya.

Poco importa que en la víspera, a horas del cerrojazo, los sacerdotes animaran en sus homilías a asistir a los oficios del Pilar, según refiere una comerciante de la zona, y también feligresa: “El cura dijo el domingo en Misa de ocho que se podía ir sin problemas”. Para la anciana devota no hay más opciones: en la cercana ermita de Santiago Apóstol, antigua parroquia y único templo católico del área restringida, hace tiempo que no hay misas ni en festivo ni en laborable; y las otras dos parroquias de Collado Villalba quedan fuera de su alcance, por las restricciones y por una pura cuestión de movilidad. No puede ir a la Virgen del Camino ni a Nuestra Señora del Enebral, la parroquia del Pueblo; tampoco  a Nuestra Señora del Carmen, en la zona alpedreteña de Los Negrales, que no anda muy lejos del límite Oeste de la ZBS.

Un perro camina por la calle Pardo de Santallana, en El Gorronal / Fotografías: Rafa Herrero

Sin embargo, el caso de esta feligresa resulta episódico, porque apenas unas horas después, el flujo de parroquianos que viene del área restringida no tiene problema alguno en cruzar la frontera para asistir a la Misa Mayor de mediodía. Ya no hay agentes, y por los pasos de cebra de la calle Real, sin mucha diferencia con un día normal, se producen las idas y venidas de una acera a otra, que son, y así lo dice casi todo el mundo, prácticamente indivisibles por cercanía y por la necesidad de acudir a comercios casi únicos en su especie. Así, un transeúnte dice que tiene que cruzar al estanco, “para comprar los periódicos y preguntar un tema del abono transportes. No tengo otro lado para hacerlo”; otro de la acera contraria, la de los pares, se pregunta “¿qué pasará mañana, que tengo que ir a la carnicería de Víctor y a Casa Juan, a poner una pila al reloj?”. Más gente se resigna a no poder cruzar a la inversa, para ir a la estafeta de Correos, en la calle Virgen del Pilar, o a llenar la bolsa de la compra en las tiendas de Los Belgas, o en supermercados como el Ahorra Más de la calle Rafael Alberti, la que da acceso a las estaciones de tren y autobuses, ambas situadas fuera del área restringida.

Siguiendo la línea separadora de la calle Real se observa que el tráfico tampoco encuentra obstáculos, una vez relajados los controles de la primera hora del Día del Pilar. Se ve una y otra vez el fluir escalonado a los alrededor de cien vehículos que componen la caravana de la manifestación del Día de la Hispanidad convocada por Vox, motos y coches engalanados con banderas de España. Algunos se incorporan franqueando el límite del Zoco por el puente de la A-6, mientras la mayoría ya hace tiempo que hace sonar las bocinas en su recorrido por el perímetro de la zona restringida, a su paso por la calle Real, La Masía, El Gorronal, o Batalla de Bailén, las zonas que consideran más concurridas. En esta última avenida, hasta un jubilado con el mapa de Villalba en la cabeza, tras décadas de trabajo en los servicios de limpieza, pregunta si puede seguir hasta el Mercadona por el Cordel de Valladolid. Tiene dudas y mucho miedo a la multa: “Son 600 euros y no quiero que me empapelen, porque me dejan aviado”, dice. De inmediato le explican que sí, que puede ir hasta allá, pero le advierten: “Ni se te ocurra cruzar al Planetocio”. Hay confusión.

En efecto, la Avenida Juan Carlos I marca la divisoria hasta la rotonda del centro comercial, al que deja fuera; no ocurre lo mismo con el Zoco, centro utilizable por los habitantes restringidos. Junto al histórico edificio comercial, el trasiego de viajeros que van a coger autobuses, sin ser multitudinario, sí es considerable en ambas aceras. Y en la paralela que marca Batalla de Bailén se observan los paseos matutinos hacia el parque del campo de Chito y Cañada Real, por donde suenan a cada poco los bocinazos de la caravana de las banderas españolas, en ese recorrido que se intuye circular para regresar a la calle Real.

El día festivo y la aplicación de las nuevas medidas parecen haberse imbricado para alentar el movimiento. También la falta de control -o la imposibilidad de poder controlar todo el perímetro-, si bien una patrulla de la Guardia Civil aparece cerca de la una de la tarde para controlar la estratégica confluencia de la calle Asturias con la Real -la popular esquina de Kapi-, y poco después otra de la Policía Local asoma por la paralela de Ignacio González, más estrecha. A alguien se le oye decir: “A ver mañana, que es día de escuela, a ver cómo controlan a los que tienen que ir a trabajar, los colegios, toda la gente que va a comprar al otro lado…”. Otro añade: “¿Y quién lo va a hacer, si los Municipales no aparecen?”.

Vista de la calle Real desde la plaza de la Estación / Fotografía: Rafa Herrero

Crisis recrudecida entre diario

Descorchada la botella de la restricción, al bajar la espuma del Día del Pilar aparece en toda su crudeza la nueva realidad -o no tan nueva- de los días laborables: comercios bajo mínimos, bares y cafeterías semivacíos, cuando no vacíos del todo, se suceden en la línea de los impares de la Calle Real. En la Pescadería de Tapia, con décadas de trabajo en su hoja de servicio, lamentan que “estaremos facturando la mitad o menos; y también se nota en los encargos por teléfono. Yo sí puedo moverme por trabajo, vengo de El Escorial, pero muchos clientes no tienen el justificante. Fíjate que el otro día me pararon con la furgoneta yendo de madrugada a Mercamadrid, no sé si pensando que iba de marcha… La gente tiene miedo a la multa, lógico. Pero lo que es aquí, en Villalba, es absurdo no dejar cruzar la calle. Del otro lado vienen muchos clientes”, explica uno de los pescaderos con el negocio vacío.

Al lado, en la carnicería de Víctor Avilés, la más emblemática de la Estación tras el cierre de la histórica La Fernanda, las colas del viernes víspera de puente han dado paso a un lento goteo de clientes, con algunos ratos de vacío total. Y siguiendo la acera del lado rojo de la Calle Real, la Óptica, la pequeña tienda de copia de llaves, la Relojería Casa Juan, las nuevas cafeterías y la Zapatería Cortés no mejoran el desolador panorama. Al otro lado, en Morales Antuñano, aparece vacía la Peluquería de Cuenca, otro establecimiento de solera de los que trabaja a piñón fijo en condiciones normales, sin apenas descanso entre clientes. Su dueño, Juanjo, parado durante semanas en el confinamiento de marzo y abril, aparece solo en su salón y explica con voz amortiguada por la mascarilla que habrá perdido más de la mitad de la facturación, “y eso que se funciona con cita previa”. En su caso, también hay que añadir la bajada de clientela motivada por el cierre hace siete meses del Hogar del Pensionista de la Comunidad de Madrid, y por el miedo a salir de muchas personas mayores, que acudían al reclamo de las ofertas especiales para jubilados.

Barra precintada en el Bar Barquín, situado en el inicio de la calle Real, junto a la plaza de la Estación / Fotografía: J. Fresno

El cuadro también impacta en la hostelería, por las barras precintadas y la evidente fuga de clientes, que deja escenas inéditas en los clásicos de la zona: en el Restaurante La Parrilla, referente de la cocina de la Estación desde 1973, uno de sus dueños, Javier, mira hacia afuera con cara de circunstancias a la hora en la que debería estar atendiendo a la remesa de clientes del primer turno de comidas. Por supuesto, no hay nadie en la barra alternando, avanzada ya la hora punta. A pocos metros, el Barquín, de moda por sus tapas caseras, no está mucho mejor: la barra está con el precinto de obra y apenas una decena de clientes se reparte entre las cuatro mesas de interior que le dejan poner por las distancias. Allí calculan que la imposibilidad de trabajar la barra supone un impacto del 50% en caja, mientras lamentan no poder recibir a la fiel clientela que les viene a diario desde de la otra acera.

Doblando la esquina, las cosas aún van peor en el Mesón Domingo. La casa de comidas de referencia desde 1968 presenta un vacío total en su salón, reducido en desescalada de 11 a siete mesas. Y eso que ya hace tiempo que debería de haber empezado el primer turno de servir. El flujo de clientes de fuera de Collado Villalba y de otras zonas de la localidad se ha visto cortado en seco, y la gente de la ZBS Sierra de Guadarrama “come en su casa, que les pilla al lado”, explica Mingui, hijo del emblemático Domingo Fernández, a los mandos del local tras el fallecimiento de su padre, en abril.

Las comidas caen en picado y el cierre de la barra lleva a depender de los aperitivos de las cuatro mesas de afuera, que en la hora punta del martes apenas sientan a cinco clientes. Ya el jueves, tras el día libre, el regente del Mesón muestra cierta desesperación ante los recibos que se avecinan: “No sé cómo vamos a pagar los seguros, los impuestos… Encima cerrando a las diez de la noche, que es cuando la gente empieza a cenar. ¿qué tenemos que empezar, a las ocho? A esa hora no cena nadie”, lamenta, mientras desmonta un par de mesas quitando manteles y cubiertos para acomodar a un par de personas que no pueden estar en la barra y quieren tomar un botellín.

Más allá de la Calle Real, la situación también dista de ser boyante: hacia Los Belgas, otro mesón clásico de comida castellana, el Casa Mariano, se presenta el jueves vacío, y eso que ya son más de las ocho de la tarde, uno de los momentos de cierto tirón, motivado por las salidas de los trabajos y la proximidad de las cenas. Del casco antiguo de Collado Villalba no llegan mejores noticias de referentes como el Kubala, el Castilla o la Viña de Baco, en plena plaza de los Cuatro Caños: “He visto dos, uno, cero clientes…”, cuenta un habitual que ha utilizado el salvoconducto laboral para satisfacer su curiosidad con una rápida pasada por esos establecimientos.

Un voluntario de Protección Civil, repartiendo mascarillas en el Mercadillo / Fotografía: Rafa Herrero

Más gráfica y, si acaso más grave aún, es la situación del tradicional Mercadillo, cuya nueva ubicación, en el aparcamiento del Polígono P-29 que discurre paralelo a la vía de Segovia, lo deja fuera de la ZBS, área de procedencia de una amplia mayoría de su clientela. Allí, el panorama que se dibuja el martes para comprar género de primera necesidad es tan desolador que uno de los fruteros admite que “hubiera ganado más dinero quedándome en Villa del Prado”.

Peculiaridades sociales

La Zona Básica de Salud Sierra de Guadarrama engloba a unos 15.200 habitantes de Collado Villalba, atendidos por el Centro de Salud ubicado en el que antiguamente se conocía como barrio de La Huerta, a caballo entre la Estación y el Gorronal, del que le separan más de 200 metros si se va por la calle Pardo de Santallana, algo menos si se baja por Ignacio González a sus límites con Nicolasa Fernández. El popular barrio es el que presenta una mayor complejidad en cuanto a densidad de población y condiciones de convivencia, aunque no es el único.

Uno de los comerciantes de la zona dice que “¿cómo no va a haber más contagios aquí si mucha gente vive en habitaciones alquiladas, en pisos de 60 metros donde se meten 12 ó 14…?”. Sin embargo, esa peculiaridad tan favorable a los contagios, también se da en otros núcleos poblacionales de la ZBS, como las urbanizaciones de Parquesierra o Entresierras, también con pisos construidos en los años 70 donde la necesidad incentiva los realquileres.

Indudablemente, existen más elementos que pueden favorecer la expansión del coronavirus, pero un atento vistazo a la ZBS detecta que otros cabos esenciales están atados: parques cerrados, columpios precintados, desinfecciones de aceras por los servicios públicos -con sus altos y sus bajos-, una exhaustiva aplicación de los protocolos a la entrada de los colegios más concurridos, como el Rosa Chacel, el Antonio Machado o el Santísima Trinidad, y un uso de la mascarilla que ya casi nadie elude, al menos cuando se está a la vista en la vía pública.

Una mujer aguarda a la entrada del Centro de Salud Sierra del Guadarrama, en la calle Ignacio González

El compendio de todo no pudo evitar que la incidencia de contagios rozase los 1.100 un par de semanas antes de las restricciones, índice detectado por el frenético trabajo con las pruebas de los sanitarios del Centro de Salud de referencia. La otra cara de la moneda tiene que ver con la atención directa a los pacientes que no consultan sobre el Covid-19 y tienen dificultades para comunicar con el centro, al ser desviados en las llamadas hacia un contestador automático; o con los que simplemente acuden a gestionar una receta, a reciclar un contenedor de residuos clínicos, o a recoger unos resultados de análisis convencionales, como el caso de una señora que la semana pasada reclamaba a la puerta una hoja de resultados extraviada. Como ella, muchos se ven obligados a esperar a la intemperie, sin importar la edad y, en no pocos casos, el grado de discapacidad.

Esas frecuentes colas en la puerta del Centro de Salud forman parte del paisaje habitual de un barrio que vive con resignación las restricciones, con cada vez menos gente en las calles, con paseantes casi espectrales, por la falta de conversaciones y la tristeza general que se va acumulando en la medida en que todas las dificultades descritas van combinando con los fallecimientos de vecinos, sean o no causados por el Covid-19. Todos dentro de él saben que no queda otra que aguantar.

Jaime Fresno

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