Álvaro Gómez-Rey, de las dudas al éxito absoluto

El técnico madrileño está en la órbita del fútbol base del Real Madrid, después de dejar al Galapagar en la cota más alta de su historia.

Álvaro Gómez-Rey anunció el pasado 1 de junio el final de su ciclo de tres años en el Galapagar, en el que ha entrado en la historia del club no sólo por ser el entrenador del primer ascenso a Tercera División, sino también por llevar al equipo a lograr la permanencia más cara de la historia de la categoría, con hasta ocho plazas de descenso a eludir. Como no podía ser de otra forma, el club le ofreció la renovación, pero no pudo competir con las ofertas de superior categoría que manejaba el entrenador, en especial la que le coloca como claro aspirante a dirigir al Juvenil C del Real Madrid. Seguramente no habrá nada oficial hasta las presentaciones de septiembre, pero voces autorizadas del entorno madridista ya lo dieron por seguro, una vez truncado el fichaje del entrenador del Sevilla Atlético, Paco Gallardo, primera opción para ese puesto.     

El Galapagar tampoco pudo competir con la no disimulada ambición de Álvaro Gómez-Rey por acelerar sus pasos hacia el fútbol profesional, donde muchos sitúan su lugar, más si cabe ahora, con el magnífico bagaje logrado en El Chopo: llegó con sólo 26 años y sin más experiencias que las del filial del Torrelodones y la de la Escuela Concepción, donde presentó sus credenciales con un ascenso desde Primera Regional, y después con un cuarto puesto en Preferente -justo por detrás del Galapagar-, pero su trabajo ha terminado por superar incluso las expectativas más optimistas, generadas por su buena prensa en la capital, donde sus colaboraciones periodísticas, sumadas a sus facetas como profesor de entrenadores y conferenciante, ya le habían generado un aura de entrenador especial, inasequible a la crítica, de métodos modernos y atrevidos, dotado de la personalidad y la capacidad de trabajo necesarias para implantar su estilo de toque y posición en una plaza tan difícil como El Chopo, primero por las dimensiones del campo y después por el gusto por el vértigo de las transiciones, la verticalidad y el juego viril tan inherentes al escenario. 

Visto en perspectiva, el técnico ha conjugado ambas cosas para terminar dejando su sello, sobre todo en Tercera División, donde la inferioridad técnica en relación a no pocos equipos desaconsejaba reincidir en ser protagonista a toda costa. Y aunque a ojos del gran público no llame demasiado la atención la 12ª posición obtenida con 56 puntos, lo cierto es que ese saldo es magnífico, si se coge la escala de medición del fútbol serrano: nunca antes un equipo de la comarca había firmado un porcentaje tan alto de puntos -46,6%- en el año de su debut en categoría nacional, sin que importe demasiado que el dato convenga cogerlo con ciertas reservas, puesto que la actual Tercera RFEF es el quinto escalón del fútbol español, ya no es la cuarta división en la que jugaron CUC Villalba y Atlético Cercedilla, o aquella durísima Tercera División pura que jugó el San Lorenzo por toda la geografía nacional en los años cincuenta.

Llegar a esos números en una categoría superior, con un calendario por momentos asfixiante de 40 jornadas y varias semanas de tres partidos, habla muy bien de otros aspectos más allá del estilo, como la preparación física, los planteamientos o la gestión y dosificación de los jugadores. Salvo en el difícil inicio, el Galapagar ha mantenido una línea regular, ha sabido adaptar su estilo a lo que iba pidiendo la competición y, de ese proceso -la palabra que más utiliza Gómez-Rey- ha salido un equipo versátil, con la personalidad e inteligencia necesarias para saber qué era lo más conveniente en según qué visita, una vez lograda la fiabilidad en El Chopo como punto de partida. Así, si en El Val de Alcalá tocó aguantar un chaparrón para puntuar, o ser más pragmático para ganar el primer partido fuera de casa al Paracuellos Antamira, en otros campos el Galapagar sí asumió un protagonismo similar al mostrado en El Chopo, incluso en varias fases de su visita al campeón, el Atlético de Madrid B.

Esa capacidad de adaptación nunca hubiera sido posible sin el crecimiento y la versatilidad de unos jugadores que fueron claramente de menos a más en la competición, hasta hacer muy reconocible el estilo Gómez-Rey: desde los faros y custodios del balón, Juan de la Torre y Facu Ferratti, hasta los estiletes, Héctor y Buceta, pasando por los desequilibrantes Nacho y Kike Falcón, o por los dos espléndidos laterales, Guille Flórez y Guille Álvarez -ya fichado para Segunda RFEF por el Navalcarnero-, y sin olvidar la seguridad de Gonzalo en la portería, la jerarquía de la pareja de zagueros más asidua, la formada por Raúl León y Sergio Pliego, o las aportaciones de hombres como Gabi Pont,  Marcos Gil, Greci o Jaime Cid, con un peso importante para sostener el andamiaje. Que todo haya funcionado es mérito indiscutible del entrenador.

Este Galapagar es el que deja Álvaro Gómez-Rey como legado final, producto de más de una década de evolución, iniciada en los sótanos de la Primera Regional y concluida en categoría nacional, con el sustento de un grupo de jugadores de la casa con fuertes conexiones con la grada y cuyo crecimiento ha ido parejo al del equipo. Ese núcleo y su efecto de argamasa, tan necesario en el fútbol, fue una de las claves para sostener el proyecto del joven entrenador madrileño, sobre todo al principio.

El camino hacia el éxito final

Álvaro Gómez-Rey fue la solución del Galapagar para acometer un cambio de ciclo sorprendente, al menos de puertas para afuera: se decidió no renovar a Javier Arroyo para una cuarta temporada, después de que el técnico roceño hubiese logrado ascender al equipo como campeón de Primera Regional y consiguiese una tercera posición en Preferente -entonces la cota más alta del club- que, incluso, fue susceptible de valer el ascenso a Tercera División por los arrastres.

Trascendieron entonces negociaciones con otros entrenadores de prestigio en el fútbol madrileño, como Alfonso Berenguer o Diego Meijide, el uruguayo que entonces dirigía el atractivo modelo futbolístico del Villanueva del Pardillo, pero lo cierto es que Gómez-Rey fue anunciado como nuevo inquilino del banquillo de El Chopo el 6 de junio de 2019, tres días después de la marcha de su predecesor. Lo hizo con el Galapagar debatiéndose entre dos categorías, algo que alimentaba lógicas dudas sobre la receta a aplicar. “Si jugamos en Preferente, tendremos que asumir la iniciativa de los partidos, y si es en Tercera, tendremos que ser más conservadores y sólidos”, dijo entonces. Finalmente, ocurrió lo primero y Gómez-Rey pudo aplicar su manual: el Galapagar salió a ser protagonista en todos los partidos y desarrolló un fútbol vistoso que empezó a cautivar a un amplio sector de El Chopo.

Su único problema fueron los resultados: la derrota por 1-0 ante el  Tres Cantos en la 20ª jornada dejó al Galapagar a 15 puntos del ascenso y ocho por debajo de la otra referencia serrana, el pujante Atlético Villalba de David Muñoz, precisamente el entrenador que años atrás había iniciado, y después consolidado, la crecida arlequinada. Y no sólo eso, sino que la posibilidad de empezar a flirtear con el descenso se convirtió en real. Fue aquél un momento clave en la carrera de Gómez-Rey, que se resolvió gracias a dos de las cualidades que distinguen al CD Galapagar: la paciencia, el temple y el consenso en las decisiones de la directiva de Jorge Greciano; y la cantera, en su papel más crudo de recurso de emergencia.

Tras muchos meses ajeno a los goles de Sergio Mas con el filial de Primera Regional y a la evidente explosión a su lado de Pablo Buceta, más allá de entrenamientos específicos de entre semana con el primer equipo, Gómez-Rey terminó recurriendo a los dos referentes canteranos, con efectos fulminantes: Buceta ya apareció como titular en la jornada siguiente, con Mas entrando en el primer cambio, y el Galapagar inició su reacción con un 3-0 a la Concepción. En el partido siguiente, el joven delantero lideró con dos goles el asalto al campo del líder, el San Roque, y la situación se estabilizó justo antes de la suspensión de la Liga, a causa de la pandemia.

Aquella conjunción final de buen fútbol y resultados premió el temple de la directiva y la cargó de razones para seguir apostando por Gómez-Rey, justo cuando el técnico buscaba otras alternativas de trabajo por el fútbol madrileño. Movimientos por otra parte lógicos, atendiendo al difícil contexto de la pandemia, las lógicas dudas suscitadas por el resultado global de su primera campaña en El Chopo y, muy probablemente, atendiendo a su ambición por progresar en el mundo de los banquillos.

Cuando ambas partes se volvieron  a poner de acuerdo, muchos de los cabos sueltos quedaron atados, no sin riesgos: el Galapagar aceptó acometer una profunda remodelación de la plantilla, prescindiendo de jugadores de gran trayectoria en la casa, como Keko, Kiki o Quique Casado, y de otros con peso específico en el once, como Rodrigo Penabella, Hugo o Sergio Reviejo -este último pretendido y, finalmente, fichado por el Villanueva del Pardillo-, y para ello incrementó de manera notable la inversión en la primera plantilla, amparado en la impecable gestión de un presupuesto que, ya por entonces, se movía en el umbral del medio millón de euros para toda la estructura de fútbol.

La respuesta de Álvaro Gómez-Rey a tanta confianza depositada estuvo a la altura: tras una pretemporada magnífica de juego y resultados, más larga de la cuenta por culpa de la acumulación de partidos aplazados por el coronavirus, el Galapagar inició la Liga como un tiro: ganó los seis primeros partidos, tomó el liderato tras la Navidad y acabó ganando el pulso por la Liga al Tres Cantos, cediendo sólo dos derrotas en los 19 partidos.

El ascenso y la gran temporada en Tercera División ya están escritos en la historia del Galapagar, y suponen el nuevo listón a batir impuesto por un entrenador que ha sabido aprovechar tanto el patrimonio futbolístico como la acertada política deportiva del Galapagar, para dar el salto cualitativo que su carrera merecía por talento. Gómez-Rey deja un gran trabajo, pero también un reto mayúsculo para su sucesor, Jaime Juanas.

Jaime Fresno

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