La Tienda de Chuches: de Inglaterra a México en un rincón de cuento

Al recorrer la calle del Rey, en San Lorenzo de El Escorial, un local de cuento llama rápidamente la atención. Dentro aguardan David Morrison y Vania Bautista, un inglés y una mexicana que están al frente de “La Tienda de Chuches”, un veterano establecimiento que nació en 1992 y que, tras pasar por distintas ubicaciones, se trasladó a esta céntrica vía en agosto del año pasado, ofreciendo una enorme variedad de caramelos y chuches suecos, americanos, mexicanos y nacionales, además de regalos personalizados, libros y artículos exclusivos para fiestas.

“Nuestra idea de negocio era ampliar la gama de productos para meter cosas internacionales. Tenemos el producto español de toda la vida, con muchas chuches retro, y luego ampliamos con golosinas mexicanas, algo de Italia y, sobre todo, de Suecia, que son de calidad muy alta y funcionan muy bien”, explica David, que cambió el mundo editorial por el de las chucherías en plena pandemia.

Un giro de lo más goloso

“Hace unos años me mandaron a México para supervisar la compra de una editorial. Estando allí contraté a Vania como experta en marketing, hicimos buenas migas, nos casamos y nació nuestro hijo. Pero la ciudad de México puede ser muy estresante, porque hay mucho peligro, real o que se te mete en la cabeza, así que decidimos regresar a España. Yo seguí trabajando en la editorial, hasta que llegó la pandemia, se estancó todo y me ofrecieron la posibilidad de desvincularme”, relata. Casi a renglón seguido, aprovecharon que la tienda se traspasaba para dar un giro a su vida y ponerse al frente de este goloso establecimiento, aprovechando que ya tenían contacto con sus anteriores propietarias, ya que Vania hacía, y continúa haciendo, artesanía de chocolate y piñatas de encargo.

“Tenemos una clientela fija, del pueblo, y luego muchos turistas españoles y de todas las partes del mundo, principalmente los fines de semana, a los que también damos un pequeño servicio de orientación. porque es curioso que la gente siempre hace el mismo recorrido y hay que decirles que no se pierdan por ejemplo los jardines del Monasterio”, explican.

Dulces y chuches de todos los colores sorprenden al visitante, aunque esta cuidada tienda da para mucho más: “Organizamos fiestas temáticas para niños, tenemos libros regalo, muchas veces más para jóvenes e incluso adultos que para niños, joyas hechas con chuches y menaje para celebraciones, con un producto de alta gama que viene de Inglaterra”.

Este gurriato de adopción señala que a menudo pensamos que las golosinas son solo para los niños, pero nada más lejos de la realidad. De hecho, continúa, no son pocos los padres que aprovechan para echar en las bolsas de sus hijos algunas golosinas para ellos, en un momento además en que hay un cierto boom de las tiendas de chuches, además de establecimientos históricos que les sirven de inspiración, como “Caramelos Paco”, en la madrileña calle Toledo.

David y Vania aprovechan también para que los niños puedan practicar inglés al tiempo que eligen sus golosinas, además de que las pasadas Navidades organizaron un concurso de cuentos y ya están pensando en uno para Halloween y en “ampliar la parte literaria”. “Yo he vuelto al mundo editorial como freelance, compaginando las dos cosas, mientras que Vania lleva más el peso de la tienda, y nuestro hijo, que tiene 5 años, es el que prueba los productos, aconseja a los niños de su edad… Él es nuestro verdadero jefe”.

Piñatas, frailes y pecados capitales

“La Tienda de Chuches” alberga en su interior más de una sorpresa, como una piñata inspirada en las que utilizaban los frailes en la evangelización en los siglos XVI y XVII. Fue en la zona de Acolman de Nezahualcóyotl cuando los agustinos comenzaron a celebrar las llamadas “misas de aguinaldo” o “posadas” durante los días previos a la Navidad. En ellas se empleaba la piñata como alegoría, añadiendo a la estructura central siete picos que representaban los pecados capitales. Vendaban los ojos a los indígenas como símbolo de la fe ciega y estos giraban sobre sí mismos 33 veces (la edad de Cristo). Después, con un palo rompían la piñata y caían los frutos y dulces con los que se había rellenado, en recompensa por vencer al pecado y como señal de la bondad de Dios.

 

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