«Todo el pueblo de Hoyo está vinculado al yacimiento de La Cabilda»

La existencia de tumbas excavadas en roca en las inmediaciones del cementerio ha dado paso al descubrimiento del posible origen del municipio. Junto a ellas, varias estructuras y objetos hallados ofrecen indicios de la vida de los habitantes de la localidad en el siglo VII.

Hasta hace unos años, todos los indicios documentados llevan a pensar que los orígenes de Hoyo de Manzanares se remontaban al siglo XIII. Sin embargo, el descubrimiento del yacimiento de La Cabilda ha adelantado el nacimiento de esta población hasta el siglo VII.

Cualquier habitante de Hoyo conocía la existencia de unas tumbas excavadas en roca situadas junto al cementerio. No estaban escondidas; su situación en un bolo granítico, ocupando una zona predominante – sus constructores quieren apropiarse de territorio colocando a personas importantes en sitio inamovible- han formado siempre parte del paisaje hoyense. Su ubicación (este-oeste, ya que había la creencia que el fallecido podría ver la luz del amanecer) es excepcional y en ella confluyen hoy en día tres cementerios: el católico, el judío y el visigodo. ¿Casualidad?

Dentro del yacimiento

La ubicación del yacimiento no es casual. Al norte está El Serrejón, una barrera natural que les servía de protección tanto de inclemencias meteorológicas como de posibles invasiones de otros pueblos. Se encuentra en uno de los puntos más elevados de Hoyo, desde donde sus antiguos moradores tenían un control visual de los alrededores de la cuenca sedimentaria de Madrid (en días claros se pueden ver los Montes de Toledo). Hoy en día, parte de este terreno es municipal y parte es una propiedad privada, donde están la mayor parte de las estructuras. Se trata de un punto de cambio geológico, donde convergen, las primeras estribaciones de la Sierra de Guadarrama, la falla de Torrelodones y la zona más plana de Madrid, «donde el tipo de poblamiento en todas las épocas es distinto allí que aquí y se mantiene en la actualidad», explica Lucía Villaexcusa.

Aquí tenían todo lo que necesitaban para vivir. Hay granito, que se emplea en todas sus construcciones -un sistema que se puede apreciar en alguna de las casas del pueblo y que tiene este elemento como material base. Con el tiempo se incluirán argamasas y las edificaciones se abren más al exterior con ventanas más grandes, poyetes para estar con los vecinos… pero se mantienen las lanchas y bolos de granito-, y madera, materiales que intercambiaban con los habitantes de esas zonas más llanas que carecían de ellos.

También tenían agua (hoy en día los arroyos son estacionales, pero en esa época no lo eran y se sabe que desviaron alguno de manera artificial según han desvelado las excavaciones, que también han sacado a la luz un abrevadero para el ganado). Además, el hecho de estar en una nava, una zona llana rodeada de zonas más altas, hace que el agua se quede retenida en el subsuelo.

El suelo de Hoyo es de granito, lo que le confiere una propiedad ácida que dificulta la conservación de los huesos (solo se ha encontrado un fragmento de diente de caballo), por lo que para conocer con qué tipo de animales se relacionaban se recurre a pruebas indirectas como el hallazgo de objetos relacionados con la actividad textil con lana (una cardadera y varias fusayolas, piezas que se empleaban con el huso para hilar), de lo que se deduce que tenían ganado que les proporcionaba esa lana, ya fueran ovejas o cabras, animales perfectamente adaptados a este entorno. En cuanto a la caza, abundante en este enclave, se ha encontrado una punta de lanza.

Sobre la agricultura, las características del terreno no permiten grandes profundidades pero cereales como el centeno sí se adaptan a estas condiciones (hasta finales del siglo pasado había algunos campos de centeno a las afueras de Hoyo). Han aparecido varias piedras de molino, algunas reaprovechadas en los muros, en las que también se podrían haber empleado bellotas, cuantiosas en la zona. Entre los restos hallados se encuentran morteros junto a bancos de trabajo. «Las actividades que hasta 50 años se desarrollaban en Hoyo -un tipo de agricultura concreto, ganadería y cantería- es lo que podemos ver en el yacimiento», dice Lucía Villaexcusa.

Sobre las construcciones, destaca una estructura de grandes dimensiones bien trabajada que podría tratarse de una iglesia con dos enterramientos en su interior con un sarcófago y en la que se aprovecharon unos grandes bolos graníticos a modo de entrada monumental que recuerda a elementos megalíticos y que podrían tener un origen prehistórico (en muchos yacimientos se reutilizan lugares sagrados o de culto). En su interior hay una zona pavimentada y el muro se ha consolidado con materiales naturales para facilitar su estudio.

Además, hay otras construcciones domésticas divididas en estancias, que antes de la excavación estaban cubiertas con partes del muro y grandes tejas que se habían caído de los techos y que cubrían el suelo. Son tejas de unos 50 centímetros, de arcilla y con marcas grabadas con un peine. En su interior, hay partes del pavimento de tipo refractario, utilizado para hacer fuego, cocinar y calentar la vivienda, con un horno.

Entre los muros se halló una pequeña azuela prehistórica (un hacha pequeña para trabajar la madera hecha de fibrolita, una roca cuyo origen no está en Hoyo y era consideraba una «piedra de rayo» por su aspecto pulido; se creía que si la ponías en una zona de tu casa no iba a volver a caerle un rayo encima), que habla de la pervivencia de creencias paganas en esta época, a pesar de que el pueblo visigodo era católico.

También se han documentado varios hornos exteriores a las viviendas, en los que podrían calentarse, cocinar comida y cerámica, y unos enterramientos infantiles excavados en el suelo de niños de edades tempranas e incluso de fetos que no llegaban a término. «Los enterraban en el núcleo familiar porque no formabas parte de la comunidad religiosa hasta que no te bautizaban y eso ocurría cuando el menor había cumplido varios años dada la elevada mortalidad infantil. Era una doble protección, para los habitantes de la casa y para los fallecidos, que no tenían derecho a ir al cementerio oficial», explica Sandra Gómez, «una tradición que se ha mantenido en el norte de España hasta el siglo pasado».

En cuanto a los objetos recuperados al cribar la tierra, destaca un chatón de anillo (un tipo de engaste, una manera de sujetar una piedra en el conjunto de una joya) con una pequeña inscripción que se ha transformado en una imagen que simboliza el yacimiento. Tras su estudio por parte de una especialista en epigrafía, se vio que era la abreviatura de una advocación cristiana «Vivas en Cristo» a modo de protección.

También se ha localizado un pendiente de aro, la hebilla de un cinturón… lo que da pistas sobre su indumentaria -la orfebrería era muy importante en época visigoda-, además de piedras de afilar, cuchillos

¿Estaban solos?

Todo esto habla de un asentamiento de origen visigodo del siglo VII que pudo extenderse hasta el siglo X, según apuntan las últimas hipótesis, en base a unos restos cerámicos encontrados, lo que daría para hablar de al menos una influencia musulmana.

En cuanto al número de habitantes que puedo albergar, la respuesta se desconoce, al igual que su extensión, pero sobre esto último está trabajando la Universidad Complutense con la elaboración de un plano que delimite la zona que abarca el yacimiento y que al parece podría alcanzar la actual zona de juegos infantiles del parque de La Cabilda.

Los yacimientos de Navalvillar y Navalahija, en Colmenar Viejo, son de época similar; en el segundo de ellos encontraron elementos relacionados con las primeras fases de la metalurgia (extracción, fundición, purificación del metal…) y en Hoyo se halló un lingote de 2 kilos que pudiera ser un producto intermedio de esa actividad metalúrgica y que da pie a pensar en un intercambio entre los pueblos. Hasta hace unos años se pensaba que el poblamiento en la Sierra era aislado, con granjas autosuficientes y economía agropecuaria sin contacto con el exterior, pero nada más lejos. También se ha encontrado en Hoyo un ponderal, una pesa trabajada en ofita -roca que no se encuentra en la Sierra- y que podría tener un uso en las balanzas de origen romano, lo que hablaría de un intercambio comercial de mercancías, como vidrio, del que también hay restos (el horno donde podría haberse elaborado este tipo de vidrio está en Recópolis, Guadalajara, un yacimiento de origen visigodo, o en Toledo, mientras que la materia prima para su elaboración procedía de Oriente Próximo a través del Mediterráneo en grandes planchas). «Esto nos habla de que no solo tenían materiales básicos, sino que tenían acceso a otros más lujosos. Ellos tenían madera y piedra que no había en otras zonas. Era un mundo más conectado de lo que pensábamos hace unos años», apunta Sandra Gómez.

Cronología del descubrimiento

En los años 70, Mariano ‘Machaco’, un vecino de Hoyo, durante sus paseos descubrió las tumbas excavadas en piedra. Su insistencia ante la Dirección de Patrimonio de la época cayó en saco roto y no fue hasta 2004, cuando Gabriel Arenas, un arqueólogo de Hoyo, estaba haciendo unas prácticas de turismo y propuso al Ayuntamiento, que ya había sacado un catálogo con las casas de piedra del municipio y mostraba interés por el patrimonio local, estudiar si al lado de estas tumbas había signos de poblamiento.

Se hicieron unas catas, que consistieron en elegir unas zonas de excavación, un muestro donde se obtuvieron materiales y algunas estructuras que hablaban de la época visigoda, en torno al siglo VII (el análisis con Carbono 14 de un trozo de carbón localizado en uno de los edificios lo fechó en el tercer cuarto del siglo VII). Con el permiso de la Dirección General de Patrimonio de la Comunidad de Madrid se valló una zona de La Cabilda, un parque municipal muy transitado, y el proyectó se pausó. Pasaron diez años hasta que en 2014 comienzan las obras de ampliación del cementerio municipal y dentro del camposanto se quedaron estas tumbas excavadas en roca. Se llamó al Equipo A de Arqueología, una asociación cultural formada por arqueólogos e historiadores de Colmenar Viejo que tenía un proyecto de la tardoantigüedad en la sierra noroeste, con Fernando Colmenarejo como fundador y uno de sus investigadores principales. Junto a él, Rosario Gómez y Elvira García llevaron los primeros años la dirección técnica de La Cabilda, cuando se realizó una prospección visual, que consistió en detectar elementos en el terreno, a simple vista de piedra trabajada, cerámica, metal… que indicase la existencia de un yacimiento: inicialmente se detectaron 23 estructuras.

Un yacimiento del pueblo

Esto dio paso a las primeras excavaciones, en las que, junto al Equipo A de Arqueología, participó un grupo de 16 voluntarios, una práctica de arqueología pública que se ha repetido en fases sucesivas y que involucra al tejido social en el proyecto, haciéndolo suyo y protegiéndolo en cierta manera -el yacimiento a pesar de estar expuesto al público no ha sufrido ningún acto de vandalismo-.

«Todo el pueblo está vinculado al proyecto: algunos han excavado y han sacado restos con su esfuerzo, se han hecho charlas con colegios y el instituto, se realizan visitas guiadas…», asegura Lucía Villaexcusa, una de las guías del yacimiento.

«Esto no se puede entender como algo aislado. El proyecto se trabaja como algo relacionado con la cultura, el turismo, la gastronomía, el comercio local… para que el yacimiento esté en la vida de todos y a la larga repercuta económicamente en todos. No es solo un recurso cultural», explica Puri Vicente, coordinadora técnica de Desarrollo Local del Ayuntamiento. Por ejemplo, los cocineros recibieron formación de una persona especialista en recetas antiguas sobre lo que se comía en la época. «Si se conoce, se respeta».

De este primer grupo de voluntarios del pueblo surgió la asociación cultural El Ponderal, que edita una revista que ha publicado varios artículos sobre el yacimiento. Además, Joaquín Vila, un artesano del Hoyo se encargó de hacer el mural pintado sobre la pared del cementerio y los paneles explicativos diseminados por el yacimiento.

Y es que el Ayuntamiento siempre ha tratado el yacimiento como un proyecto arqueoturísico, una conjugación de investigación y desarrollo local, intentar atraer visitantes y que los hoyenses conozcan su patrimonio y haya gente que se pueda dedicar a ello y no tener que vivir en otro sitio.

Por el momento se han llevado a cabo siete campañas -desde 2014 a 2021 de manera ininterrumpida-, que han dado como resultado la excavación de seis estructuras (de las 23 halladas inicialmente), gracias al trabajo de tres equipos de investigación.

En 2018, toma el relevo el equipo de Jorge Morín, un experto en yacimientos visigodos, y en 2019 se une al proyecto, de la mano de la Dirección General de Patrimonio, la Universidad Complutense de Madrid con Ángel Morillo, Rosalía Durán y Jesús Salas, además de varios técnicos arqueólogos pertenecientes a la empresa Trébede. Patrimonio y Cultura S. L.

«No hay que parar las excavaciones, pero tenemos que reflexionar sobre todo lo que ha aparecido, poner en común el conocimiento de todos los equipos», apunta Sandra Gómez, la otra de las guías del yacimiento.

Los trabajos de excavación se realizan solo una vez al año y aunque la primera vez se hizo en octubre, lo más frecuente es hacerlo entono a junio. El resto del año, algunas de las estructuras se protegen con un material textil que impide el crecimiento de la vegetación hasta que se lleva la intervención de musealización. Cuando se consolida, se utilizan morteros naturales de piedra, barro… para que se puedan mantener los restos a la intemperie, especialmente en la zona de los suelos, y protegerlos de lluvias y heladas.

En 2016 se consolidó el yacimiento, con la inauguración oficial y el comienzo las visitas guiadas, que se realizan los segundos domingos de cada mes. Está abierto al público y cualquiera puede acceder a él, de hecho se han realizado obras para mejorar la accesibilidad. La instalación de paneles explicativos facilitan la compresión al visitante y pronto tendrán el apoyo de una audioguía mediante la lectura de códigos QR. Todo esto ha sido posible con el apoyo económico del Ayuntamiento de Hoyo y la Dirección General de Patrimonio.

Un futuro museo en Hoyo

Todos los materiales hallados están depositados en el Museo Arqueológico Regional de la Comunidad de Madrid, en Alcalá de Henares. «El Ayuntamiento de Hoyo lleva años estudiando la posibilidad de crear un espacio donde se puedan exponer estas piezas y vincularlo a más acciones turísticas y culturales», asegura Puri Vicente, coordinadora técnica de Desarrollo Local del Ayuntamiento, pero los trámites burocráticos y que las excavaciones e investigaciones continúan vivas y aportando nuevos datos están dilatando este objetivo.

Hasta el momento se han organizado dos exposiciones (una en 2015 y otra en 2019) en el Centro de Cultura del pueblo con los materiales que se trajeron desde el Museo de Alcalá de Henares.

 

Send this to a friend