CUC Villalba: ¿identidad o viabilidad?
Hace ya prácticamente una década, el entonces presidente, Juan Antonio Muñoz, expuso sin tapujos ante los socios que el CUC Villalba estaba estrangulado por la deuda y que era necesario tomar medidas de choque, no tanto para tapar el agujero económico en su totalidad, que también, sino simple y llanamente para que el equipo pudiera inscribirse para jugar la nueva temporada. Una situación de pura supervivencia.
En aquella asamblea, Muñoz trasladó a los socios que era necesario que cada uno pusiese alrededor de 2.000 euros para salir a flote. Por supuesto, aquello se rechazó de plano, Muñoz dejó el cargo tras un convulso mandato, marcado por el conflicto con la empresa gestora, Futsmile, que estuvo a punto de cobrarse la expulsión del equipo de la Tercera División, y el club prosiguió con sus tradicionales huidas hacia delante, en forma de traspaso de poderes exprés, sin elecciones, acortando y hasta pasando por alto los plazos marcados por los estatutos, y sin más alternativa que dar el testigo a quienes llegaban con vocación de salvadores, anunciando inyecciones de dinero y planes de amortización de deuda poco definidos. En todo ese proceso, la masa social dejó hacer, como si pudiera leerse entre líneas: “¿Usted va a poner dinero? ¿Sí? Pues adelante, sea presidente. Y no, no hace falta que esperemos a los 15 días de plazo preceptivo para ver si hay más candidatos…”.
Control asambleario
De los propios socios, en torno a los 150 en aquellos días, no emanó un solo proyecto para devolver al CUC Villalba a unos mecanismos de funcionamiento ortodoxos, que a fin de cuentas deben ser la base de todo crecimiento, o cuando menos, de un día a día sin sobresaltos, sea en la categoría que sea. Y en ese pecado terminaron llevando la penitencia: casi todos, por no decir todos, han causado baja, ya sea por la depuración de las listas llevada a cabo en su día por Jesús Mena, por la inexistencia de las campañas de captación para renovar una masa social envejecida, o por el aumento exponencial de las cuotas, que tras la fusión con el Atlético Villalba saltaron de 80 a 250 euros, y este año pegaron el gran subidón hasta los 500 euros, cantidad más propia de un abono de Primera División y que apunta demasiado a una vocación por ejercer un control asambleario, a fin de blindar la gestión y restringir a mínimos la oposición hacia las decisiones de calado que puedan sobrevenir, léase ahora la filialidad con el Atlético de Madrid, a debatir, eufemísticamente hablando, en la Asamblea del 11 de junio.
Hace unos años, en la última gran votación del club, los socios frenaron el intento de la empresa Futsmile por convertir al CUC Villalba en una Sección de Acción Deportiva de una Sociedad Limitada; es decir, se opusieron a que la empresa controlara el club de forma integral, dejando la figura del presidente a título honorífico. Ese día votaron 81 socios, con un 71,6% de ellos en contra de la iniciativa. Demasiada democracia para quien arriesga patrimonio empresarial con el objetivo de sacar primero a flote una sociedad, y después hacerla rentable. Por pura lógica, las empresas de gestión, cuya tarea comienza por una fuerte inversión sí o sí, toda vez que ningún club saneado se molesta en llamarlas, precisan de garantías para no vivir en la incertidumbre de que el voto a mano alzada les deje con una mano delante y la otra detrás, tras asumir un riesgo empresarial. Es de cajón.
Con lo expuesto, digamos que el CUC Villalba lleva gran parte del siglo XXI asumiendo lo que en su día tuvieron que hacer las comunidades de vecinos: si entre ellos nadie quiere o puede gestionar, si no hay una directiva encargada de los recibos, de contratar los servicios, o de sustituir bombillas en los portales, si esa directiva es meramente representativa, cuando no decorativa, es cuando se abre la puerta al administrador de fincas, es decir, a la mano profesional. Y es ahí cuando las cuestiones de identidad que ahora se plantean a cuenta de las filialidades del CUC Villalba, o del nicho de negocio en el que se mueve su gestora, Mad Football Group, ampliado ahora con su reciente entrada en el Deportivo Guadalajara, tienen una difícil supervivencia. La identidad estaba en el CUC Villalba, en los tiempos de trabajo altruista de sus primeras directivas, pero ahora ya tiene una difícil recuperación, en contra de lo que se pueda desprender del anhelo de un buen número de aficionados ávidos de que el club recupere su independencia, tras el año de filialidad con el Rayo Majadahonda, club, por otra parte, paradigmático en cuanto a convenios con el Atlético de Madrid.
Es aquí donde conviene pasar a la segunda parte de la explicación de por qué la recuperación de la identidad del CUC Villalba liga tan mal con su viabilidad. Prácticamente desde su fusión, la entente formada por su gestora de Mad Football Group y la antigua directiva del Atlético Villalba, liderada por el hoy director general, Miguel Ángel Jiménez, llegó a la conclusión de que el Ayuntamiento, promotor de la unión, no ha cumplido con su parte a la hora de poner las herramientas que le tocaban en el gran proyecto conjunto: básicamente, esto se refiere a que el club sigue sin poder mostrar la publicidad de sus patrocinadores en los soportes adecuados, ni explotar los espacios, justo cuando la entidad ha pulverizado todos los registros de captación en ese apartado, y a una subvención municipal en torno a los 10.000 euros, cifra que, teniendo en cuenta el cambio de moneda y la inflación, viene a suponer menos de un 20% de los cinco millones de pesetas que se reflejaron en el presupuesto del CUC Villalba de la temporada 1992/1993, cuando el baloncesto aún era el rey en la localidad.
Todo ello, unido a la necesidad de atajar una deuda que llegó a reconocerse en 191.400 euros -más de 300.000, según estimó Futsmile en el comunicado de su salida del club vía rescisión unilateral del contrato-, es lo que ha llevado a tomar decisiones de gran calado. Si el Ayuntamiento no apoya en la medida esperada, si en el partido decisivo ante el Real Madrid C se escenifican esos desencuentros con una desbandada general en el palco de unos y otros, es obligado replantearse muchas cosas, incluida la esencia misma del proyecto.
El CUC Villalba ingresó del convenio con el Rayo Majadahonda 170.000 euros que han permitido estabilizar su balance, al punto de que el presidente, Piero Capponi, podría presentar el próximo martes una situación económica prácticamente saneada, casi por primera vez en lo que va de siglo. Huelga decir entonces que un segundo convenio de filialidad supondría el plus que busca toda empresa, ya no digamos si la otra parte se llama Club Atlético de Madrid. La ecuación es clara: si durante tantos años la identidad propia, el arraigo en el pueblo, la independencia ante factores externos, ha traído mayormente gestiones erráticas, cuando no negligentes, y sin proyectos alternativos que la sustenten y justifiquen, ¿qué razones impiden buscar soluciones externas, o aceptar propuestas? Curiosamente, en su día, también el Atlético de Madrid acudió a Collado Villalba con el baloncesto, en ese caso cambiando la camiseta azul del BBV por la rojiblanca, y fagocitando el poder ejecutivo anterior a través de la excesiva y mediática figura de Jesús Gil, por otra parte, menos interesado en el baloncesto que en los terrenos de la Dehesa Boyal. Y entonces, la afición siguió entrando en éxtasis con los mates de Walter Berry, en una reacción actualizada ahora -salvando todas las distancias de tiempo, categoría y caché-, con los goles de Etienne Etoo. Pocos ejemplos como éste para afirmar que el fin justifica los medios.
Un peaje en términos de identidad
Queda claro, a fin de cuentas, que los convenios de filialidad tienen un móvil económico y una vocación de mejora deportiva, aspectos que el CUC Villalba venía siendo incapaz de resolver por sí mismo y que, si ahora se solucionan, será a cuenta del peaje a pagar en términos de identidad. Una identidad sobre la que no se ha trabajado lo suficiente, con las consecuencias que están a la vista. Si se da por descontado que el martes se aprobará la filialidad con el Atlético de Madrid, con un contrato que algunas fuentes ya dan por firmado de antemano, el CUC Villalba entrará, por otra parte, en una senda que no es nueva cuando se habla de segundos filiales del Atlético de Madrid: en los años noventa, el club colchonero se hizo con los derechos del Colegio Amorós en Tercera División, y después firmó el acuerdo a tres bandas con el Rayo Majadahonda y el Ayuntamiento de la localidad, documento que, además, incluía los usos del Cerro del Espino, algo que no es extrapolable a Collado Villalba, al menos por lo que se ha ido sabiendo del convenio en ciernes.
En fútbol las cosas no suelen salir igual en un sitio que en otro, pero al menos se trata de un precedente que no ha llevado implícita ni la desaparición del Rayo Majadahonda ni su caída a los sótanos de la Regional, con independencia de que un año, dos o tres, la gestión sea mala, regular, o se descienda. Y esto es algo que no es baladí, pues el CUC Villalba ya estuvo prácticamente muerto como entidad en dos ocasiones, y no hace tanto tiempo.
A la actual directiva se le pueden achacar muchos errores, sobre todo en la gestión deportiva, plagada de bandazos, cambios a mansalva, y fallos en la concepción de los proyectos; incluso también se puede no aceptar su excesiva vocación de negocio, más allá del CUC Villalba, con esa sensación, que no realidad, de que se dirige la entidad con mando a distancia, como dicen algunos de sus seguidores. Pero lo que no se le puede acusar es de inmovilismo, tan letal en los últimos años, y de profesionalidad a la hora de buscar recursos económicos que alimenten un plan. Si el resultado es la viabilidad, todo debiera darse por bien empleado, a falta de que un día alguien tenga la iniciativa de ser a la vez romántico y matemático.
Jaime Fresno