Ana Curra: «El Escorial siempre ha tenido para mí una parte de atracción fatal»

Como la mariposa que inspira su última canción, aún inédita (“Afrodita, la monarca”), Ana Isabel Fernández, más conocida como Ana Curra, lleva décadas en permanente transformación. Fue en 1978 cuando dejó San Lorenzo de El Escorial para empezar a estudiar Farmacia en Madrid. Allí se encontró con la Transición y con un movimiento artístico en plena efervescencia que acabaría convirtiéndose en lo que conocemos como la Movida.

Ella fue una de sus grandes protagonistas, primero como parte de Alaska y los Pegamoides y luego en Parálisis Permanente, hasta que el trágico accidente de tráfico que costó la vida a su pareja, Eduardo Benavente, acabó con la carrera de uno de los grupos con más proyección de los 80.

Ahora, cuatro décadas después, repasamos aquella época coincidiendo con la presentación del documental “Autosuficientes” en el marco de los Cursos de Verano de la Universidad Complutense -que este año han tenido a la Movida como leit motiv-, a un paso del conservatorio de música en el que, a sus 62 años, continúa dando clases de piano.

Ana Curra, en el Hotel Miranda de San Lorenzo de El Escorial / Fotografía: Rafa Herrero

¿Cómo recuerdas tu primer contacto con todo lo que se estaba empezando a vivir en Madrid en los últimos 70?

Tenía 18 años cuando empiezo a estudiar allí. Voy a la facultad y son mis hermanos, que estaban en un colegio mayor, los que me introducen en todo aquello. Nos encantaba la música, y sobre todo los movimientos nuevos que se estaban produciendo, porque hasta entonces en España sólo tenías o folklóricas o cantautores. Empiezo a entrar en ese mundillo y me fascina, principalmente por la ruptura que supone, después de la presión de la educación en un colegio de monjas, y más aún recién salidos de la muerte de Franco. El año en que yo llego a Madrid es cuando se aprueba la Constitución, por lo que hay que remontarse a un tiempo en el que lo que teníamos era bastante casposo todo. Descubrí un mundo nuevo con la edad adecuada, y lo único que pensaba entonces es que no solo quería mirar, sino actuar, formar parte de todo eso.

Imagino que el cambio fue mayúsculo…

Claro que fue muy grande. Creo que para cualquier persona, cuando cambia de su etapa escolar a la universitaria, es un cambio muy importante. Pero con nosotros se da la circunstancia además de que pasamos de una dictadura a una Constitución. Esos años de Transición son los que a mí me toca vivir. Es un momento muy emocionante, porque además está cambiando el país a todos los niveles. La botella estaba cerrada, con muchísima presión, y es como si estallara y ese champán saliera con toda la fuerza. Si eso te pilla con 18 años, lo vives mucho más a tope. Es verdad que era minoritario, porque te estoy hablando de que en el círculo donde yo me muevo es un movimiento muy underground; me encuentro ahí y conozco primero a Kaka Deluxe, luego a los Pegamoides… Carlos Berlanga buscaba un teclista y es ahí cuando entro yo, y él alucina, porque nadie en ese momento tocaba las teclas.

¿Recuerdas tu primer concierto como espectadora?

No sé si fue a uno de Wilko Johnson con Doctor Feelgood o uno de Ian Dury, pero los dos me dejaron marcada. Para mí fue una revolución. Venía de estudiar piano en el conservatorio, así que tenía sensibilidad musical, pero me faltaba esa parte de espontaneidad y todo lo que suponía el punk en aquella época. Tenía los estudios, pero me faltaba atreverme, soltarme en un escenario e improvisar. Tocar cuatro acordes esenciales y pasármelo de puta madre.

Curra, la segunda por la izquierda, con Alaska y los Pegamoides

En primero de Farmacia ya estabas en octavo de piano. ¿Esa formación clásica te sirvió en aquel momento más de lo que pensabas?

Muchísimo. Es un error pensar que no sirve. Cuanto más conocimiento tienes de algo, más puedes romperlo y tirarlo para ser tú misma. No podrás transgredir nada si no lo controlas. Yo era la que mejor me lo pasaba en los conciertos de Alaska y los Pegamoides, que fue mi primer grupo, porque todos estaban pendientes de dar la nota adecuada, mientras que yo iba súper libre. Nunca he sido purista, y de hecho he agradecido mucho los conocimientos de música clásica, porque he descubierto muchos autores y he disfrutado de sus obras, y sigo haciéndolo con mis alumnos. Son autores de una música eterna, que nos dijeron que era para una élite y es mentira; yo quiero que sean para todos, porque fueron los mayores transgresores en su momento. Pero creo también que tenemos la obligación de vivir el momento que nos toca, que en mi caso fue el punk.

¿Eso es lo que también intentas transmitir con tus clases?

Continuamente. Llevo toda mi vida compatibilizando la enseñanza de la música clásica con el escenario. Tu forma de estar en la vida, de sentir, es el bagaje que tienes y lo que intentas trasladar a tus alumnos, y esa experiencia es la que les cuento.

A mediados de los 80 apruebas la oposición y sacas la plaza en el conservatorio de San Lorenzo. ¿Tiene un especial significado para ti?

Claro, mucho. Empiezo a trabajar en este centro muy joven, cuando era escuela. Luego formo parte de la fundación del conservatorio y del centro integrado. Nunca he dejado de estar aquí.

Ana Isabel Fernández, este verano en la calle Floridablanca / Fotografía: Rafa Herrero

¿Era una manera de cerrar el círculo después de que te fueras en 1978? ¿San Lorenzo de El Escorial se te había quedado pequeño?

Sí, mucho. Era muy pueblo, y en invierno aún más. Necesitaba expandir mis relaciones y Madrid estaba al lado. En el momento en que empecé a estudiar la carrera universitaria ya me quería quedar allí. He estado yendo y viniendo toda la vida. He vivido en Madrid siempre, salvo alguna temporada que me quedaba aquí. He sido muy urbana, muy de noche, de quemarla a tope. Para mí era necesario estar donde estaba ocurriendo todo. Además, El Escorial siempre ha sido un sitio muy elitista, y cuando era joven mucho más… Ahora no sé si es que paso, me da igual o me trae sin cuidado, pero siempre he sentido que tenía para mí una parte de atracción; una atracción fatal por su energía, por su belleza, por su historia, por su propia ubicación. Como lugar es un sitio maravilloso, flipante, pero a la vez es un lugar del que se han apropiado unas élites, y por eso me sentía una oveja negra. Ahora directamente paso: es mío y lo adoro. Me paseo con orgullo porque siento que me ha calado. Recuerdo de mi niñez correr por la Herrería, subir a Abantos, colarme por el Monasterio a los sótanos… Estoy impregnada por ese rollo telúrico que tiene, cada vez lo noto más. Antes sabía que tenía eso, pero no tenía claro que fuese por mi origen. La raíz marca.

Volviendo a la Movida, ¿crees que es un movimiento que con el tiempo hemos idealizado?

No, yo creo que los primeros años no se han idealizado nada. Hay que distinguir muy bien entre los primeros años, cuando es un movimiento absolutamente artístico, de movilización a nivel de creación, libertad y reivindicación. Son los primeros homosexuales que salen abiertamente a la calle, los primeros músicos que se suben a un escenario sin tener estudios, las primeras vanguardias artísticas después de muchos años de censura. Es un movimiento genuino. Para mí la Movida dura hasta 1983 más o menos, que es cuando la gente se mueve por necesidad artística y vital. A partir de entonces, cada vez se va institucionalizando un poquito más. Ahí se empieza a corromper, como todos los movimientos artísticos, que tienen una duración determinada, porque luego la gente quiere aprovecharse de ellos… Hay un momento en el que aparecen los listillos y los corruptos de turno y se apropian de una historia que nació de la necesidad de soñar.

Tú en cambio siempre perteneciste a esa parte más underground, tanto con Pegamoides como con Parálisis Permanente e incluso más tarde con Seres Vacíos.

Es que me he cuidado mucho de que así fuera. Igual queda mál que yo lo diga, pero creo que soy de los pocos artistas libres que hay en este país. Tuve la oportunidad de ser la Madonna española y de comerme el mundo, pero tomé la decisión hace mucho tiempo de que eso no me interesaba. Me gusta hacer las cosas sin tener que comulgar con ruedas de molino, sin tener que decir que sí a algo en lo que no creo, porque para mí el arte es una parte de nuestra esencia, de nuestra verdad, de nuestra necesidad de comunicarnos. Es una parte que protejo, que no quiero prostituirla ni venderla, y de ahí viene el nombre de “Autosuficiencia”. Respeto todos los caminos, pero éste es el que he elegido yo. Es la única libertad que tenemos.

La gran dama punk de la Movida

Ana Curra participó en el coloquio posterior a la proyección de “Autosuficientes”, película documental sobre Parálisis Permanente, una de las grandes bandas de los 80, con una trayectoria tan fugaz como trascendente, truncada por el fatal accidente de coche que le costó la vida a Eduardo Benavente, pareja de Ana, cuando volvían de un concierto en León en mayo de 1983, poco después de haber publicado el recordado álbum “El acto”.

Ana Curra y Eduardo Benavente, en las sesiones de «El acto» (1982)

Curra formó parte de Alaska y los Pegamoides entre 1979 y 1982, de Parálisis Permanente entre 1982 y 1983, y de Los Seres Vacíos entre 1983 y 1984, además de protagonizar una interesante carrera en solitario, con “Huaca” (2020) como último disco y la canción “Hiel” como entrega más reciente, publicada hace apenas unos meses.

En la actualidad es profesora en el Centro Público Integradso de Música Padre Antonio Soler, en San Lorenzo de El Escorial, la localidad en la que nació y de la que salió a finales de los 70 para convertirse en la gran dama punk de la Movida madrileña.

Hija de farmacéutico (el negocio familiar continúa estando en la calle del Rey), fue su madre la que la aproximó desde niña a la música clásica, empezando a recibir clases en el Conservatorio. Siguiendo la tradición, se trasladó a Madrid para empezar la carrera de Farmacia. Allí conectó con algunos miembros del incipiuente movimiento artístico que estaba naciendo en la capital.

Enrique Peñas

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