«Adiós, amigo».- Artículo de José Ruiz Guirado

Querido amigo Félix Bernardino Arias:

Vengo de despedirme de ti. He tenido la suerte (si se le puede llamar suerte a decir adiós a un amigo) de estar contigo durante un largo tiempo a solas. Lo intempestivo de la hora y el coronavirus me han permitido estar a solas hablando. Lo he hecho en voz baja, como si rezara; porque si alguien entrase y me oyese, no sé qué pondría pensar. Una vez en casa, me he sentado, como otras tantas veces, a escribir. Pero te puedo asegurar que esta vez se me ha puesto un nudo en la garganta; y me ha costado -me sigue costando- escribir la primera frase.

Si alguien lee esto que estoy escribiendo, no sé, a ciencia cierta, qué pensará. Hasta nos hemos reído de algún episodio chusco, ocurrente. Aunque puedas parecer un tío serio, quien no te conoce no sabe de tu humor; un humor nada fácil, humor nada barato. Ha habido un momento de silencio. Te debía una visita, pero la puñetera pandemia nos lo ha impedido. Hablamos hace unos días. Precisamente te llamé el otro día a casa. Sin embargo, Marta me ha dicho esta mañana que estabas en el hospital. Esta mañana, bien pronto me ha dado la  noticia. Y me ha pasado algo sorprendente: no me daba cuenta.

Como otras veces que te llamaba y me decía: “Se ha ido al Miranda”. Luego ya he sido consciente: ahora sí se ha ido. A punto he estado de preguntar: ¿A dónde? Menos mal que no lo hice. Después ya comprendí dónde estabas. Dentro de un escaparate con un cristal grande, solo; dentro de una caja sobria. Creía que podría verte por última vez antes del viaje. Se te ve en la fotografía que han colocado, sentado en el Miranda, leyendo o dibujando. Abajo, en un jarroncito de cristal, han puesto unos tulipanes de color entreverado naranja-blanco. Quizá no sepas -no sé si lo hemos hablado alguna vez- que el tulipán naranja representa la fascinación, la felicidad; también el entusiasmo, el deseo, la pasión, la alegría. Y, posiblemente, el blanco tenga que ver con el ramo de la novia. Como si Pacita, tu compañera de viaje, te estuviera esperando para recibir su ramo. Perdona, se me están escapando unas lágrimas y no debemos ponernos transcendentes. ¿Qué pensarán de nosotros? Vamos a perder nuestra reputación.

Bueno, caro amigo, quiero hacerte el recordante, no te vayas a olvidar la bolsa de costumbre, con los lapiceros, los rotuladores y los cuadernos. A estas alturas, a ver quién te quita a ti la costumbre de tomar apuntes allá donde vayas. Tendrás que practicar. En esos paisajes nuevos no sabes con qué te vas a encontrar. Aunque te voy a decir una cosa (para nosotros): «Con tu bagaje, tu técnica, tu experiencia y tu talento: no te supera nadie». Y, otra cosa, igual te toca montar un estudio, un aula de pintura. Aquí en este San Lorenzo, del que te llevas grandes recuerdos, pusieron a la sala de exposiciones tu nombre y apellido paterno (Félix Bernardino); pero quién te dice a ti que allá no te elevan a santidad y ponen aula de “San Bernardino”. Me he informado, por si acaso, de San Bernardino Confesor. Bromeaba con sus familiares diciéndoles que, por las noches, había de visitar a una bellísima dama. Ahora adivinaríamos para quién sería aquel ramo de tulipanes.

Te podías haber esperado un poco, majo. Claro, ya adivino tu respuesta: son noventa y cinco años ya, mucha carga a la espalda. Llevas razón. Entiéndeme, no queremos perder a un amigo. Tú haz el viaje. Y, cuando nos toque, entérate. Tener un compañero en un lugar desconocido es una garantía de felicidad. Igual te encuentras por ahí con Manolo Viola, Manolo Calvo o Eugenio Cristóbal.  No obstante, te voy a echar de menos.

José Ruiz Guirado

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