“¿Quién se va a creer que has sido maltratada? Era un control absoluto”

Ser mujer. Eso es lo que tienen en común Ana y Patricia, dos vecinas de la Sierra que han sufrido malos tratos, pero no se sienten víctimas. “Yo soy una superviviente, pero tengo muchas otras facetas, soy mamá, amiga, hija… esto es algo coyuntural que viví por el hecho de ser mujer, y que cualquier mujer, por el hecho de serlo, puede sufrir cualquier tipo de violencia, porque el machismo es algo que está en toda la sociedad. No quiero que se nos victimice”, asegura Ana. “Yo me considero luchadora, nunca hay que dejar de luchar”, dice Patricia. Sus nombres son ficticios ya que ambas están inmersas en un proceso judicial y sus abogados les han recomendado no dar datos, ni siquiera del municipio donde residen; aún así ellas han sido valientes y nos han contado su experiencia.

“¿Quien se va a creer que has sido maltratada?, me decía él apoyándose en el alto nivel cultural de Ana, que además, durante mucho tiempo soportaba el peso económico de la familia. “Como él no tenía trabajo, me insultaba por ir a trabajar; creo que la crisis ha sido un factor que ha reactivado la violencia porque hace que la autoestima de muchos hombres esté muy baja y reaccionan machacando a las mujeres. Además, la droga es un factor fundamental que en mi caso influyó en el cambio de los estados de ánimo”.

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Patricia también es licenciada y estuvo preparándose unas oposiciones “pero lo tuve que dejar por la muerte de mi hermana por cáncer, enfermedad que ahora tengo yo, por lo que no puedo trabajar”. “No tenía independencia económica, y él me ha machacado mucho con ese tema y he tenido que pedir dinero a mis padres”. Con su testimonio se desmitifica la imagen de que toda mujer maltratada es ama de casa, sin estudios, incluso inmigrante. “Hay estereotipos”, lamenta Ana.

El principio del fin
“Luego te das cuenta de que ha empezado desde el principio”, reconoce Patricia. “Éramos novios desde muy jóvenes y pensaba que era porque me quería mucho, pero era control. Me decía que la gente, los chicos, me miraban, pero no era así. Más de una vez me ha dejado tirada en la carretera de La Coruña; por celos me hacía bajar del coche y me recogía 200 metros después. Pero lo peor comenzó con la muerte de mi hermana, que creo que es la única que se dio cuenta de cómo era él”.

“Desde que me maltrató la primera vez hasta que lo denuncié pasó mucho tiempo”, reconoce Patricia, más de 12 años. “Aguantas porque te pide perdón, por los niños… Te dice que te quiere mucho, que tiene miedo a perderte, que no lo va a volver hacer y había periodos que estaba más calmado, pero luego otra vez”.

“Éramos una pareja normal. Él nunca entendió mi profesión y empezó a competir conmigo y, como no tenía trabajo, comenzó a machacarme con pequeños insultos: “Estás fea, no vales para nada sin maquillaje, das asco, no sabes criar a tus hijos… Hay un papel paternalista por su parte”, dice Ana. “Al principio él me pedía perdón, me traía flores, pero luego no, no era consciente. Un maltratador nunca va a reconocer que lo es, que nadie espere que cambien: no cambian. Han pasado años y él dice que era mutuo el maltrato, sigue pensando que no ha hecho nada malo”. Ana ha tenido parejas “sanas y normales y no podía creerme esto. Nunca pensé que me iba a pasar a mí”.

Violencia psicológica
“Fue una violencia psicológica brutal, con insultos todos los días por ir a trabajar. Empezó a desacreditarme, a minusvalorarme en todo, en lo físico, en lo profesional… Que no me dedicaba a la casa, a los niños y sí a mi profesión: ideas tradicionales muy ancestrales que están dentro y emergen en momentos de crisis, cuando sale lo peor de cada uno”, lamenta Ana.

“Me insultaba, me decía que estaba con otros hombres… Era un control absoluto, me revisaba los correos, el móvil…”, añade Patricia. “Mis únicas horas tranquilas eran cuando se marchaba a trabajar, podíamos respirar en casa. Luego eran insultos, voces… Una vez me dijo delante de mi hijo pequeño: “A ver si te mata el cáncer de una puta vez que es lo que llevo esperando y empiezo a vivir”. Ahí me di cuenta de que no me quería”.

Y violencia física
“También hubo violencia física, cinco episodios”, recuerda Ana, “pero retiré la denuncia porque era el padre de mis hijos; ellos vieron cómo se lo llevaba la Policía al calabozo. Retirar la denuncia no significa negar el maltrato, lo haces por miedo y vergüenza de que la gente de mi entorno se enterase de que yo había vivido malos tratos. Seguimos arrastrando la culpa mucho tiempo después, sientes que no les estás dando a tus hijos el hogar que quisiste”, analiza.

Patricia recuerda que en uno de los episodios más violentos “él se tiró a mi cuello y casi perdí la consciencia pero conseguí que me soltase y cuando cogí el teléfono para llamar a la Policía mi hijo mayor apareció llorando y me pidió que no lo hiciera y fue la mayor equivocación que cometí. Luego mi enfermedad empeoró y yo pensaba que iba a tener un poco de humanidad, pero me equivoqué. Él hizo de mí lo que le dio la gana: me escondía el dinero, no tenía ni para comprar pan; tirones de pelo, moratones en los brazos, patadas… ¿Cuántas relaciones sexuales he mantenido yo llorando, pero sabía que durante unos días iba a estar tranquilo y me iba a dejar en paz. Y mientras, él me secaba las lágrimas y me decía “No llores que te quiero mucho”. “Dejé de dormir con él, y dormía con mi hijo pequeño con el móvil debajo de la almohada, pero estaba pendiente de si me hacía algo dormida. Una noche vino y me eché encima de mi hijo para protegerle”, continúa Patricia.

Hay que denunciar
“Yo animo a denunciar, a veces no sirve de mucho, pero, al menos, visibilizamos este problema y que no las retiren porque eso les pone en su lugar. Hay que tener fuerza también cuando se está delante del juez, no te puede dar pena tu pareja, en el último momento te apiadas de él porque sigues de alguna manera en ese maltrato; ellos juegan con la pena”, añade Ana. “Que no esperen mucho de la justicia, pero que denuncien porque cada vez van a peor”, afirma Patricia. “Me decía, ¿pero quién te va a querer si das asco? Saben lo que hacen, que te controlan y te hacen daño”. Ambas coinciden en que el maltrato psicológico es peor que el físico. “El sentirte totalmente anulada, el ver que tus hijos están mamando ideas como que no sirves para nada… es tremendo. Ellos sufren mucho y no lo exteriorizan”, dice Ana.

Cuando hay hijos de por medio
Ambas tienen dos hijos. El mayor de Patricia ya dejó reflejado durante el juicio que no quería recibir las visitas de su padre, pero el pequeño ha estado cuatro años con el régimen de visitas (hasta que ha cumplido 12 años y el juez ha escuchado al menor). “Tengo muchas denuncias porque no quería entregarme a mi hijo: me amenazaba con dejarle en un juzgado. Los maltratadores empiezan contigo y cuando tienen la orden de alejamiento te siguen maltratando a través de tus hijos”, incide Patricia, que entre los muchos episodios de violencia sufridos por sus hijos recuerda cómo “por no entender un ejercicio de matemáticas le marcó las manos en la cara y le dijo que le pegaba por culpa mía. Ese fue el detonante, el que empezó a pasarse con mis hijos, les pegaba e insultaba”.

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En el caso de Ana son pequeños y actualmente tiene la custodia compartida con el que fuera su marido, pero ella está luchando por recuperarles. “Estuve varios meses hasta que me firmó el divorcio y al final tuve que pedir la custodia compartida. Me fui y cuando sean mayores, mis hijos sabrán qué pasó realmente”. “Ver a mis niños tristes fue lo que me hizo despertar. A ellos nunca les hizo nada”, dice Ana aliviada, pero “se habla de violencia secundaria porque psicológicamente no están bien: el mayor tiene una madurez que no le corresponde a su edad y el menor ha sido violento conmigo hasta hace poco porque imitaba los comportamientos del padre”.

Apoyos
“En mi caso tuve el apoyo de mi familia y amigos, que me ayudaron a salir, a ver que esa situación era intolerable” dice Ana, que recuerda que fue una cuidadora de sus hijos la que le hizo ver que la situación no era normal. “Internamente lo sabes pero te pones mil capas y te cubres de cosas y quieres pensar que tu no estás viviendo eso, que a tí no te puede estar pasando”, apunta.

“Él tenía muy engañada a mi familia, era un manipulador, tenía doble cara. Todos le admiraban, yo no he tenido ningún apoyo social. “La mamá que va llorando es la maltratada, pero el papá simpático es el que es el maltratador. Él tuvo el apoyo de otros padres del colegio con una orden de alejamiento en la mesa, no les importó nada porque él era el popular, el simpático y yo era la llorona. Todo el mundo mira para otro lado. Habrá quien mienta, pero las denuncias falsas son mínimas; eso está demostrado”, dice Ana. “Además, tanto su familia como sus amigos han estado de su parte, muchos de ellos ni siquiera lo sabrán. Ellos tienen mucho más apoyo de lo que parece”.

“Yo no lo conté”, reconoce Patricia. “Hasta que ya no puede más. Mi padre se enfrentó a él y me tuve que poner en medio”.  ¿Y ahora? “Desde que tengo la orden de alejamiento es cuando empezamos a vivir mis hijos y yo”, asegura Patricia, que reconoce que la cuesta “mucho rehacer su vida. Me sigue haciendo daño ahora con las pensiones, que las pasa cuando y como quiere, porque sabe que yo no tengo ingresos”.

“A mí me ha ayudado mucho la terapia, pero lleva mucho tiempo. Durante el maltrato yo no era capaz de decir lo que estaba sufriendo, le contaba otros problemas”, apunta Ana que coincide con Patricia en la gran labor que se hace desde Servicios Sociales de sus Ayuntamientos. “Me han ayudado muchísimo, están muy preparadas. Es lo que te ayuda a recuperarte junto con tu familia y amigos. Yo ahora me siento fuerte, pero he pensado en la muerte porque no ves la salida”. “Rehacer mi vida no pasa por estar con otra persona. Estoy más a gusto así, con mis niños, disfruto y tengo una vida buena. Te quitas un peso tremendo cuando eres capaz de ponerle nombre al maltrato”.

Tan dentro
“Lo que ocurre con este tipo de cosas es que tardan en salir. Cuando uno lo está viviendo no es consciente. El mecanismo del maltrato es muy paulatino y muy sutil y cuando te percatas de que estás siendo maltratada estás ya tan dentro que es muy difícil salir”, reconoce Ana. “Estuve cinco años viviendo un infierno absoluto, medicada, con psicóloga y psiquiatra… Al final te crees todo lo que te dice, que estás loca y no sirves para nada”. “Cuando acaban los procesos judiciales puedes pasar página, pero es muy delicado cuando hay niños”. “Con el tiempo”, piensa Patricia, “creo que los malos tratos los sufrió él en su casa, de donde le echaron sus padres cuando era muy joven. Tengo un poco de miedo a que mis hijos reproduzcan lo que han visto en mi casa”.

Ana cree que “no vale solo con educación, hay que hacer real la igualdad, hay que estar atento, escuchar, ser receptivo a que esto pasa con mucha más frecuencia de la que creemos y pasa en mujeres en las que no pensamos. Las hay de todas las capas sociales, culturales y económicas. La gente no te cree; yo he sentido la estigmatización de la maltratada, se me veía como alguien desquiciado. Además, siempre educamos a las niñas, y los niños, ¿qué? Hay que hablarles de los roles”. “Es importante que haya una mirada de igualdad en la Justicia que no existe, que los jueces se formen en igualdad con resultados de juicios como el de “La manada”. Habría que invertir más recursos económicos en la Justicia”, pide Ana.

María Mateos

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