“Somos más actuales que nunca”

Nueve monjas de clausura residen en el convento de Cistercienses Calatravas de Moralzarzal

A unos cinco kilómetros de Moralzarzal, al borde la M-623 y con La Maliciosa como espléndido telón de fondo, aparece la entrada al Monasterio de Monjas Cistercienses Calatravas -con su característica cruz roja como seña de identidad-, un gran desconocido para la mayoría de la población, a pesar de que se encuentra en este paraje de la Sierra desde hace casi 40 años. “Antes estábamos en el número 88 de la calle Hortaleza, en Madrid, pero ya llevábamos tiempo queriendo venir. Los últimos años allí fueron difíciles. Nosotras nos levantamos a las cuatro de la mañana y en verano la gente en la calle no se retiraba hasta las dos o las tres, por lo que había mucho ruido, además de que no se podía descansar por el calor. Al llegar aquí fue como cuando coges un calcetín y le das la vuelta: este silencio, esta paz, la naturaleza, la finca que tenemos… Fue un cambio tremendo”, comenta sor Crescenta, abadesa desde 2014.

abadesa 6La oración centra la vida de las nueve monjas de clausura -la mayor de ellas tiene 96 años- que actualmente forman parte de esta comunidad, que precisamente celebra ahora el 800 aniversario de su fundación en el desaparecido Monasterio de Pinilla de Jadraque (Guadalajara). “Siempre digo que somos más actuales que nunca, porque lo cierto es que la fe se está perdiendo y orar es nuestra misión. A nosotras la Iglesia no nos ha mandado cuidar enfermos, ni niños, ni ancianos, ni tenemos una razón social, sino que nos encomienda ocuparnos de la oración. Oramos por las necesidades del mundo, y eso entronca con nuestra fundación, que en aquel momento tuvo lugar por un motivo muy concreto, para que el cristianismo floreciera y no fuese masacrado”.

Pequeños tesoros
El Monasterio cuenta con una hospedería de 15 habitaciones, además de un pequeño obrador en el que elaboran pastas y dulces que venden para ayudar a su sostenimiento económico. Guarda también pequeños tesoros, como dos tallas de José de Churriguera, uno de los grandes nombres del Barroco español, mientras que la iglesia está presidida por por un enorme lienzo que recrea la Batalla de Alarcos, uno de los episodios más trágicos de la Orden de Calatrava. El silencio se extiende al claustro alrededor del cual se articula la vida en el convento, con salida a un pequeño jardín presidido por una imagen de Nuestra Señora de la Confianza, obra del escultor Fernando Cruz, fallecido en la vecina localidad de Manzanares El Real hace 15 años y autor también de las puertas de bronce de la Basílica del Valle de los Caídos.

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Cuando Crescenta entró a formar parte de este Monasterio en 1970, siendo todavía una adolescente, la comunidad estaba formada por 33 monjas; a su llegada a Moralzarzal, el 2 de febrero de 1980, eran 23; y ahora, 38 años después, apenas quedan nueve. “Desde que estamos aquí han llegado pocas vocaciones, y las pocas que han venido no han sido aptas. Hace unos días que se marchó la última chica. Les cuesta mucho, aunque a mí me parece que no es tan difícil, sobre todo eliminar de su vida los teléfonos y no estar pendientes todo el día de Facebook y de internet. Es necesario durante el tiempo de formación, porque no puedes dispersarte en todas estas cosas. A mí me preguntaba esta chica: ‘¿Hasta cuándo, madre, porque yo si estudio…?’ Y yo le decía que no se preocupase, que tengo muchos pen-drive, muchos lápices. Si somos gaseosas abiertas, se nos va la fuerza. Aunque no lo ven así, es una ayuda”. Apartadas, reconoce la abadesa, “pero vivimos dentro del mundo, eso no se puede olvidar; de hecho, durante la comida hay una hermana que lee las noticias; estamos enteradas de los viajes del Papa, de las corrientes que hay en la Iglesia… Somos monjas de clausura, pero no estamos aisladas”. Una exigencia, concluía, que es difícil de encajar en estos tiempos: “Es duro, pero la vida nos exige a todos. Hay que renunciar a muchas cosas, aunque no me gusta usar esa palabra. En realidad yo no he renunciado a nada, sino que he hecho una elección de vida. Viéndolo fríamente creo que no es mucho más difícil que lo que pueda vivir cualquier otro”.

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Ocho siglos de historia: de la Reconquista a los amaneceres con vistas a la Sierra
Sor Crescenta recuerda, en el 800 aniversario de la fundación del primer Monasterio femenino de la orden del Císter, que en aquella época se vivieron algunos de los momentos más significativos de la Reconquista, entre ellos la Batalla de Alarcos (Ciudad Real), en 1158. “Nuestros hermanos ofrecen su vida a Dios para que no siga corriendo sangre cristiana; salen al campo enarbolando el pendón de Calatrava y allí son masacrados por las tropas del Islam. Después, cuando se rehace la orden a partir de Las Navas de Tolosa, en 1212, ellos reflexionan sobre el pasaje en el que Moisés sube al alto de la Montaña; cuando tiene los brazos en alto, orando a Dios, el pueblo de Israel vence, pero cuando los baja los brazos por el cansancio, retrocede. Entonces Aaron y Hur le sientan en una piedra y sostienen sus manos. A raíz de esto, piensan que necesitan también a alguien que mantenga sus brazos en alto, y entonces fundan esta orden femenina de Calatrava, con la finalidad de ayudarles espiritualmente en la Reconquista”.
De aquel emplazamiento original en el pequeño pueblo de Pinilla de Jadraque, del que actualmente solo quedan las ruinas, pasaron a Zorita de los Montes, también en Guadalajara. Allí estuvieron hasta que en 1624 se trasladan a Madrid, primero en la calle Atocha y después en la calle Alcalá, precisamente donde ahora está la iglesia de las Calatravas. El convento fue derribado durante la Primera República, para asentarse después en la calle Fuencarral, donde la comunidad se rehizo, contando con la reina María Cristina y la infanta Isabel como principales benefactoras. Su periplo aún las llevaría por el entorno del Paseo de Rosales y el convento de la calle Hortaleza, penúltima etapa de esta historia de ocho siglos que desde 1980 se escribe también entre las paredes del Monasterio de Moralzarzal, con unos amaneceres con vistas a La Maliciosa que la abadesa guarda en su ‘smartphone’ tras iniciar cada jornada con la celebración de las Vigilias.

Enrique Peñas / Fotografías: Rafa Herrero

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